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domingo, 9 de noviembre de 2014

La conquista de Mordor (La Tierra Oscura)

PabloDU
La conquista de Mordor (La Tierra Oscura)

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La llamada de Mordor.

Todos los “novatos” fuimos convocados a acudir este domingo a uno de los retos mayores a los que nos hemos enfrentado: Las zetas de la Pedriza. La idea surgió de Rubén y propuesta por Nacho, supongo que dentro de la escalada de retos, tan imposibles como atractivos, en que hemos entrado y a la que no le vemos fin.

Desde que fue planteada la propuesta, las previsiones climatológicas eran poco halagüeñas: 100% de probabilidad de lluvia, viento y temperaturas gélidas. A pesar de que la motivación del grupo estaba en lo más alto, después del varapalo de la accidentada ruta exploratoria Polvogovia, con la culminación de la Cercegovia ……. Esto, unido a circunstancias personales, supongo que hizo que no nos apuntásemos con la alegría de otras ocasiones, inclusive los que no habíamos faltado a prácticamente ninguna desde el verano. Conforme iba pasando la semana y se aproximaba el domingo, las previsiones fueron a mejor, como nos iba alertando Nacho, con la intención de ir animando a los que se mostraban indecisos por este aspecto. El día de la víspera, en la web de aemet, pudimos ver que la previsión se quedaba en parcialmente nuboso, con 25% de lluvia hasta las 12am, viento flojo y temperatura en Manzanares de alrededor de los 5ºC. Durante la semana Yimi nos obsequió en el Chat con unas preciosas fotos de la Pedriza, rodeada de nubes tan inquietantes como oscuras que recordaban al país de Mordor (Tierra media del imaginario mundo de Tolkien en el Señor de los Anillos). Estas fotos creo que fueron las que terminaron por animarme y decantarme por la llamada de la Tierra Oscura, en lugar de acudir a otro reto exigente como el Du de San Martín de Valdeiglesias. Finalmente la convocatoria fue tomando forma, tanto en nombres como en los lugares de partida, para esta gesta: Nacho, Rubén, Ivankenovic y Lois partirían desde el aparcamiento de Manzanares y, Jose_Ol, Serge, Ivan-Papi y PabloDU, lo haríamos desde Colmenar, añadiendo más de 40 kms extra a la ruta. Vicen, al que el madrugar no le asusta se decidió finalmente por acudir antes a Manzanares, dejar allí el coche y marchar hacia Colmenar a nuestro encuentro para unirse a nosotros en el resto de la ruta. De esta manera adelantaba kms y podía permitirse el lujo de quedarse a comer en Manzanares, como premio merecido a la jornada.

Pero la incertidumbre se mantuvo hasta el último momento, la quedada seminocturna gastrociclística del sábado, les pasó por agua a los que acudieron, al menos por dentro estuvieron bien tratados y la noche se presentaba muy cruda y poco alentadora.

Acudiendo a la llamada.

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Al levantarme, compruebo que el suelo está seco, por lo que debe de hacer horas que no cae gota, buen presagio. La temperatura 5ºC, cielo despejado y sin apenas viento. Vicen, tras el madrugón, sobre las 7 y poco ya estaba en Manzanares, disponiéndose a acudir a golpe de pedal al encuentro de los que habíamos quedado en la estación de Colmenar. En mi caso, al igual que Serge, hicimos el desplazamiento en coche cómodamente, y pudimos comprobar como, a pesar de que la mañana intuía un día soleado y luminoso, la Sierra estaba custodiada por negros nubarrones, en concreto la zona de Manzanares, por la proximidad del pantano, estaba sumida en una nube de niebla, según nos contaría luego Vicen. Mordor nos saludaba y nos retaba a conquistar su tierra inhóspita.

Y puntualmente allí estaban, dentro del vestíbulo de la pequeña estación, tanto Vicen como Jose_Ol e Ivan, que llegaron en el tren de las 8:42. Al poco llegó Serge, saludos, primeras impresiones, visita al wc y sobre las 9:05 estábamos subiendo las primeras cuestas de Colmenar en dirección al carril bici. La salida en frío siempre se hace dura, pero pronto fuimos cogiendo un ritmo aceptable para llegar a la hora convenida con el resto del grupo. Vicen en cabeza, que acababa de hacer el recorrido, nos llevaba por las calles y enseguida nos topamos con el carril. El perfil desde aquí es prácticamente plano con alguna subida/bajada típicas de los pasos aéreos sobre carreteras. El ritmo fue aumentando hasta circular entre 25 y 30km/h. y pronto abandonamos el carril para tomar la carretera que nos llevaría a las puertas de Manzanares, pasando junto a la orilla del embalse de Santillana, donde la humedad reinante se hacía notar. A las 10 estábamos junto al coche de Vicen, donde me ofreció 2 barritas que no dudé en coger por si las precisase en la larga jornada. Retomamos la marcha para llegar al aparcamiento donde nos encontramos preparándose a Nacho, Rubén e Iván, a la espera de Lois que estaba al llegar. Aprovechamos para comer algo, alguna barrita energética e Iván con sus bananos. Fueron unos 10 minutos de impaciencia, la mañana estaba espléndida y solo al mirar hacia las cumbres de Mordor se vislumbraba alguna nube amenazante, como si nos retase a subir a descubrir su verdaderas intenciones.

Comienza la conquista.

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Todos listos, Rubén toma la iniciativa del recorrido a seguir y quiere que repitamos el mismo que hizo en otra ocasión. Jose_Ol ha hecho también la ruta y la la lleva también en su gps, aunque al parecer no seguía exactamente el mismo recorrido. A esta hora vemos pasar algunos pequeños grupos de ciclistas, senderistas y excursionistas en general que, aprovechando estos primeros cálidos rayos de sol, se disponen a iniciar una atractiva jornada verde. No llevaríamos un km cuando, después de cruzar un pequeño arroyo, Rubén desconfía del camino que llevamos y pregunta a una caminante que, amablemente, nos indica no solo el lugar que debemos tomar para iniciar el ascenso, sino que nos previene del tipo de terreno que pisaremos. Volvemos sobre nuestras rodadas marcadas en la tierra húmeda para, tras franquear una típica verja para el ganado, nos adentramos en un maltrecho camino, sembrado de piedras y rocas y que con el transcurrir de los metros se torna en una complicada subida con muchos regatos y tierra enfangada. Se hace complicado elegir tanto la trayectoria como el desarrollo adecuados para afrontarla. Ésta sería la primera jugada que nos tenía reservada Mordor, después de unos 300 m llegamos a su final, donde nos uniríamos a la carretera asfaltada hacia Canto cochino. Llegamos, Rubén, Iván, Serge y yo y poco a poco los demás, salvo Jose_Ol, alguien del grupo nos dice que se ha despedido, ya que con el catarro que aún tiene le ha mermado las fuerzas y ve difícil completar la ruta. Una pena, prescindir a las primeras de cambio de la compañía y experiencia suyas, pero aceptamos su sabia decisión de una retirada a tiempo, que a veces es una victoria. Mordor se ha cobrado su primera víctima y no hemos llegado aún a las zetas…

Tomamos la decisión de seguir la pista segura, hacia el aparcamiento de Canto cochino, por una carretera asfaltada con rampas duras que nos hacen ir entrando en calor y con bajada final que nos permite soltar piernas, dándolas el último respiro. Así llegamos al aparcamiento, mucho menos concurrido de lo habitual, pero bastante si tenemos en cuenta la climatología y época del año. Primera parada junto al Puente de los franceses para reagruparnos y hacernos las primeras fotos de la ruta, no vaya a ser que concentrados en el esfuerzo y sin la Jefa, se nos olvide sacar la cámara. Desde este punto, se inicia el trazado de zetas, con un terreno en bastante buenas condiciones pero ya sin asfaltar. Había visto varios gráficos de la ascensión y sabía que se hace necesario reservar más fuerzas de lo habitual, sobre todo si pretendemos subir hasta el Alto de la Nava. Rubén comenta que son unos 8,5 kms y yo había leído algo similar. Da lo mismo, está claro que cada uno debe seguir su propio ritmo y mantener la mente fresca ya que con las piernas resulta imposible. La sucesión de rampa-curva-rampa-contracurva que forma cada una de las zetas en una sucesión interminable, hace que el grupo se vaya disgregando. Por delante tiran Rubén, que muestra una forma increíble, e Iván-Papi con su potencia habitual y Vicen que también está pletórico, después vamos Serge y yo, y detrás el grupo de Nacho, Iván y Lois. Según ascendemos comienzan a aparecer zonas más abiertas, donde el viento hace notar su presencia, disipando en un instante el escaso calor que podemos acumular fruto del esfuerzo. Llega un momento, pasada media ascensión, en que pierdo la noción de los kms que aún nos quedan, pero me veo bien de fuerzas, aunque la rigidez de la postura me deja dolorida la zona lumbar y el nervio ciático del lado izquierdo. En este punto, deberíamos haber pasado por las rampas de mayor porcentaje, pero no es así. A cada curva le sucede una nueva rampa y los árboles te impiden calcular lo que queda para llegar arriba. Solo algunos claros nos permiten disfrutar de las vistas y contemplar el progreso en la ascensión. Compartí bastantes kms con Serge, del que en un principio me descolgué para ir más a mi ritmo. Un poco más adelante, veo que se va quedando atrás, al parecer por acusar un mal ajuste del sillín, que le ha pasado factura. También veo a Iván-Papi que se va quedando atrás y, cuando me separan de él apenas 20 metros, veo como da media vuelta y comienza a bajar. Al principio le oigo decir algo pero no le entiendo, hasta que me parece oir ¡caca! ¡caca! Pensando que del esfuerzo y de la ingesta de tanta fruta le ha sobrevenido un apretón, y que ha decido bajar hasta un lugar más privado donde aliviarse. Pero no, al cruzarse conmigo esta vez le escucho bien “¡Fotaca!¡Fotaca!” jeje. Lo cierto es que acabábamos de pasar un claro desde el que se apreciaban las caprichosas formas de los picos de la Pedriza, con el valle y Madrid de fondo… Supongo que será alguna de las fotos que nos ha mostrado en el Chat o en facebook.

Cada vez estamos más cerca y el ambiente se vuelve más hostil. Mordor vuelve a hacer acto de presencia: Aparecen nubarrones negros entre los árboles, que son agitados con fuerza por un viento gélido. El paisaje se torna gris apareciendo las primeras zonas blancas con nieve. Desde este punto solo nos cruzaríamos con dos ciclistas, que serían los únicos junto a nosotros mismos, que subiriamos a la Nava. Por fin, tras trazar la última curva, observo que no le sigue ninguna rampa, al contrario, comienza un llano para a continuación descender. Por primera vez bajo más de dos piñones, consiguiendo llegar hasta aquí sin usar el platillo. A mi izquierda, distingo unas bicis apostadas sobre enormes piedras junto a una especie de terraza natural, que señalan el ansiado mirador del Comedero de Buitres. Allí estaban Rubén y Vicen con cara de frío, ya que el panorama se está poniendo cada vez más feo, caen finos copos de nieve y el viento sigue arreciando, resultando casi imposible encontrar abrigo. Por ello, decidimos avanzar un poco hasta encontrar un lugar más protegido donde esperar al resto del grupo. Y así lo hacemos, continuamos unos 300 metros hasta un lugar donde unas enormes moles de granito nos permiten acoplarnos como podemos, sacando víveres para reponer el derroche de energía que en breve necesitaremos. Pasados unos 10 minutos llegan el resto y, después de las fotos, el grupo tiene impaciencia por continuar. Mientras, un helicóptero de emergencias nos sobrevuela, confiando en que no necesitemos su ayuda. Las nubes, cada vez más negras, aparecen por el horizonte de la Nava y por las otras cotas próximas, bajando rápidamente por la ladera que más adelante nos llevará hacia el mirador de los Pastores. Mordor comienza a mostrar su cara más adversa tratando quizá de disuadirnos de culminar nuestra aventura.

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La última batalla

Sin más demora, Rubén nos da sus últimas impresiones sobre lo que nos queda, habla de unos 5 kms de ascensión, que yo recuerdo que ya no tienen la misma dureza en cuanto a porcentaje, pero que la fatiga y frío acumulados pueden hacernos sufrir sobremanera. ¡Vamos allá! Digo al grupo, que encabezado de nuevo por Rubén, se lanza hacia la conquista de la cima.

Las primeras rampas, después de la parada, no resultan fáciles de afrontar, pero se agradece comenzar a generar calor interno, a falta del externo. Rubén sube y sube con asombrosa facilidad, unas veces sentado y otras de pie, marcando un ritmo constante e imposible de seguir. Yo marcho a rueda de Vicen, que también progresa a un ritmo constante, aunque con menos chispa que en la primera parte de la ascensión. El resto del grupo lo vamos perdiendo de vista conforme se van sucediendo las zetas. Estos primeros kms marchamos al abrigo de la vegetación y de la ladera, cobijándonos del frío viento que nos fustigaba en el mirador. La pista se va haciendo cada vez más complicada, sin llegar a mostrar una gran dificultad. Aparecen las primeras zonas cubiertas de nieve, que por suerte no está congelada, por lo que se pasan sin mayor complicación que la de tratar de no transmitir potencia excesiva en las pedaladas y evitar los cambios bruscos de dirección. Hacia mitad de la ascensión, comienzo a acusar la rigidez de mi postura y el no encontrar tramos en los que poder estirar y relajar la espalda, por lo que noto el dolor de la zona lumbar, que había remitido, persistente ahora con más fuerza. A estas alturas, Vicen y yo hemos perdido contacto visual con el grupo de atrás y tan solo vemos a Rubén por delante, que nos saca más de un minuto y más de 300 metros, por lo que hay momentos en que desaparece de nuestro campo visual. Mi dolor va a más, aunque mis piernas no muestran excesiva fatiga ni molestias, le comento a Vicen que si continuo así tendré que parar para dar un respiro a mis lumbares. Me pregunta que si nos queda mucho para llegar a la Nava, según mis cálculos, le digo, quedan algo más de un km. Bueno entonces lo tenemos hecho, comenta. Otra curva, me percato de un enorme agujero de más de un metro de profundidad y de casi lo mismo de lado, habrá que tener cuidado cuando bajemos. Al poco, nos cruzamos con los dos bikers que vimos pasar cuando parábamos en el mirador. Les alerto del agujero, diciéndome que ya lo habían visto al subir, agradeciendo que les avise. Vicen se me ha adelantado unos metros, pero en el siguiente repecho logro contactar con su rueda, veo que va acusando el esfuerzo y vuelve a preguntarme por lo que queda, “Ahora no debe de quedar más de un km… pero no sé, aún hay vegetación y tendríamos que estar ya en la zona deforestada”. Continuamos a un ritmo de unos 7-9km/h, yo ya he metido el plato pequeño, no tanto por falta de fuerzas como por darme el descanso que la ascensión no me regala.

“¡Vamos chavales!” Escuchamos una voz en la altura, y vemos a Rubén allá arriba en el tramo que debemos afrontar tras la próxima curva a izquierda. Entre ambos tramos ya no existe vegetación pero el desnivel es tal que se me viene el mundo encima… Mis lumbares se plantan y le digo a Vicen, “Tengo que parar o se me rompe la espalda”. Y así lo hago y Vicen también. Comentamos que esto no se acaba nunca, ¡Qué km más largo! ¡No puede ser, algo falla! Llevábamos ya más de 5 kms y no se veía el fin. Tras una parada de unos 5 minutos, con la espalda algo aliviada retomamos la marcha. Vicen continúa y yo trato de seguirle, pero algo pasó que no pude dar la primera pedalada y caigo lateralmente. Sin consecuencias, pero me cabreo por la impotencia y decido arrancar a la carrera. Corro unos metros y me monto de un salto, comenzando las primeras pedaladas sin las calas ajustadas, hasta que el impulso me permite concentrarme en ello. Parece mentira que, algo tan simple y tan mecanizado, pueda significar un reto. Es lo que tiene ir rozando los límites físicos, donde la fortaleza mental tiene que suplir estas carencias y que en estas situaciones se agradece haberla entrenado en otras similares. Tomamos esa curva que nos alejará de la foresta y.. ¡Oh, impresionante! Las vistas desde aquí son increíbles. Al desaparecer la arboleda y las paredes más verticales, se abre una panorámica de la que hasta este momento no podíamos disfrutar. Mi ánimo sube tanto como los picos que nos rodean, me encuentro pletórico y veo muy próximo el final. Vicen me comenta que debemos de estar cerca. Apretamos el ritmo aprovechando que las rampas son ahora mucho más suaves, incluso vuelvo a meter plato mediano y a bajar piñones. El sol hace acto de presencia de nuevo y el viento, en esta zona de páramos desprotegidas, sopla racheado con insistencia, pero el calor interior compensa el frío exterior en un lucha que estamos a punto de culminar felizmente. Atravesamos pequeños cauces de agua, la nieve en esta zona está congelada, pero hay menos nieve al estar más expuesta al sol. Última recta y vemos la bici de Rubén tirada en medio de las piedras y a él tumbado al sol, en una zona protegida por otra enorme roca. Muestra cara de satisfacción y cansancio, disfrutando de un merecido descanso. Enseguida tanto Vicen como yo no unimos y comenzamos a sacar más cosas para comer y reponernos de este último esfuerzo. Al cabo de unos minutos llegan los demás, sus caras lo dicen todo: “¡*****! Con la Nava y las put… zetas!” Escucho maldecir, pero las caras son de emoción, de superación y de haber logrado un reto enorme. ¡Hemos conquistado Mordor!

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El descenso.

Más fotos, las vistas son espectaculares. Comentamos todos: “Si estuviera aquí la Jefa…” Las nubes nos impide distinguir La Bola, Cabeza de hierro, La Maliciosa… todas aquellas cotas que forman la Cuerda Larga y que algún día nos atreveremos a conquistar, quien sabe si la próxima primavera. Terminamos de alimentarnos e hidratarnos intuyendo lo que nos queda, y cómo comenzamos a enfriarnos con el viento gélido, que a 2000 metros no tiene compasión, nos abrigamos y protegemos con todo lo que nos queda en la mochila. Iván comenta que para la próxima unos periódicos, a la antigua usanza. Yo saco mi chubasquero impermeable que, a pesar de los años siempre me ha funcionado, tanto para agua como para viento extremo. Con ésta, llevo 4 capas, todas salvo esta de material técnico progresivo, comenzando por una de m/l de compresión. Cada uno se protege como puede, temiendo sobre todo el frío en pies y manos. Nacho pide prudencia y dice nada de locuras: "No os flipéis bajando, ¿eh?" que hay que llegar entero para comer… jeje.

¡A bajar! El cambio es increíble, después de tantos kms de lento esfuerzo, dejarse caer y olvidarse del pedaleo parece mentira. La zona no ofrece más dificultad que la de no dejar incontrolada la bici en ningún momento, sortear las piedras más grandes y llegar a las curvas con el suficiente control para no despeñarnos por los barrancos. Iván-Papi va abriendo camino y le seguimos los demás a velocidad trepidante, según avanzamos y nos introducimos de nuevo en la zona boscosa. Las sombras hacen que tengamos que prestar especial atención al suelo para adelantarnos a los obstáculos que, a la velocidad del descenso, se presentar sin avisar. En pocos minutos hemos llegado de nuevo al mirador de los Buitres. Nos reagrupamos y comentamos el frío que hemos pasado. Al sufrimiento de la ascensión le ha seguido este frío del que resulta imposible escapar. Las manos insensibles, a pesar de los guantes, tratando de sujetar con firmeza el manillar ante cualquier imprevisto del terreno, a la vez que el tacto necesario con las manetas de freno para mantener el control. Los pies, más de lo mismo, insensibles y paralizados, se echan de menos unos cobertores de neopreno y calcetines de abrigo… Ali se va a poner las botas a nuestro regreso. Tras una breve duda sobre si bajar por el mismo sitio que hemos subido o completar la ruta en sentido anti-horario, Nacho dice “¿Para qué hemos venido hasta aquí? Vamos a terminarla que a saber cuándo volveremos…” Y así lo hacemos, continuamos bajando alguna pendiente, pero enseguida nos topamos con rampas que, si bien al principio agradecemos al volver a calentar motores, pronto nos suponen una losa que termina por aplastarnos a todos en mayor o menor medida. Paramos en una curva para reagruparnos, Lois acusa el sobreesfuerzo y los demás también. Llegamos a comentar que si nos habremos perdido, pues no contábamos con tanta subida, pero Rubén nos trata de tranquilizar diciendo que no hemos podido equivocarnos, porque no hay otro camino. Nos animamos a continuar, yo después del esfuerzo de las subidas y la protección del plástico, he traspirado más de lo habitual y la parada me ha dejado frío, así que retomo el pedaleo a buen ritmo, me sigue Ivan-Papi y Rubén seguidos de cerca por los demás. Más rampas, más curvas, nos encontramos a una pareja de senderistas, que al preguntarles nos dicen que aun nos queda camino. Subir, algún falso llano, las curvas a derecha e izquierda se suceden serpenteando por la ladera de la montaña. Por más que tratamos de avistar un lugar que se pueda parecer a un mirador no lo hayamos. Ruben dice “¡Allí! ¡Ese saliente tiene que ser!” Papi y yo nos lanzamos al galope hacia ese punto que no llegamos bien a distinguir, pero no encontramos nada, hemos dejado atrás al grupo, y afrontamos después de una bajada una curva muy amplia que va rodeando la ladera y que al final termina en una larga rampa que se intuye dura, pero ni rastro del mirador. Le digo a Papi "Qué bonito es esto, el mirador tiene que estar allí arriba". Nos cruzamos con una ciclista que circula en solitario por tan alejado lugar y echamos el resto en lo que queda de ascensión y… ¡Ahí está! Arriba a la izquierda distinguimos una planicie salpicada de grandes bloques de granito y los paneles informativos que nos indican que hemos llegado a la última meta volante de la jornada. Las vistas nos sobrecogen, Iván, fascinado, saca la cámara y comienza a disparar en todas direcciones. Abajo se distingue el brillo de las aguas del embalse de Santillana, las cumbre no nos muestran sus caras, ya que Mordor nos envía sus últimas amenazas: El cielo está cubierto y el viento sopla gélido lo que provoca que busquemos protección, ya que el sudor nos está congelando el cuerpo. Protegidos por una enorme roca y dando cuenta de las últimas provisiones, esperamos la llegada del grupo que después de contemplar las vistas nos secunda. Más fotos y, sin demora, retomamos el que esperamos será último tramo de nuestra ruta, hasta ahora sin más incidencias que las propias del esfuerzo y la climatología.

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La despedida de Mordor.

Ritmo alegre, la moral está alta pero las fuerzas no. Enseguida nos percatamos de que esta parte de las zetas el terreno es mucho peor, las piedras, pedrolos y raíces abundan más de lo deseable, teniendo en cuenta el nivel de fatiga que llevamos. Rubén comenta que hemos acertado, que de haber hecho la ruta en sentido horario, esta subida parece mucho más técnica y nos hubiera castigado aún mas. No sé, seguramente sea así, lo cierto es que el terreno se iba complicando por momentos, y pasé de llevar un control total de la bici a encontrarme con piedras que, de no ser por la ventaja que mi nueva bici me aporta al pasarlas por encima, seguramente me hubiera ocasionado algún percance. Con el desarrollo al máximo y sin necesidad de cambiar, en una curva me doy cuenta de que llevo algo colgando por delante del manillar… Pierdo concentración, hasta que percato de que se trata de la maneta del cambio de piñones. Tras un momento de desconcierto, valorando en lo que me puede afectar para el resto de la ruta (unos 10 kms de descenso y otros 20 hasta Colmenar), continúo bajando. Entretanto volvemos a parar, pero no estoy seguro si es por algún problema o es para esperar a los más rezagados. Aprovecho para echar un vistazo a la maneta pero, al ser nueva, aún no estoy del todo familiarizado, y no sé si se ha soltado algún tornillo de fijación o si con los golpes de las piedras en el descenso se ha podido partir alguna pieza. Vicen me echa una mano con la maneta que, aunque está relativamente sujeta al resto de cables por las bridas que los unen junto al cable del cuentakms, prefiero adosarlo al manillar con la cinta aislante que llevo en la bolsa. Echo de menos no llevar cinta americana para poder fijarlo más firmemente, para otra no faltará en la dotación. De esta manera no puedo cambiar, pero dejamos un desarrollo intermedio que espero sea suficiente para terminar la ruta, al menos para llegar abajo. Reemprendemos la marcha y oigo que me gritan ¡Para, para!, En principio creo que ha sucedido algo grave, pero Vicen y Serge me tranquilizan de que se trata de mi móvil, que ha salido volando con la funda para ir a parar encima de un matorral. Gracias chicos, menos mal que lo han visto, si no estaría a estas alturas mirando ofertas de móviles… Seguimos bajando, el cansancio hace mella y volvemos a encontrarnos con zonas reviradas y con mucha piedra suelta. El sol aparece de repente entre las copas de los árboles y nos deja deslumbrados por momentos. Esta parte está resultando más complicada de lo esperado, Mordor no se ha dado aún por vencido. Sorteando curvas detrás de Iván-Papi, que baja desenfrenado, me topo con una gran cantidad de piedras y rocas de las que no tengo escapatoria ya que estoy encima de ellas y por mi izquierda circula otro compi por lo que prefiero no cambiar la trayectoria. Paso por encima como puedo y, por un instante, veo iluminada por un rayo de sol una enorme piedra blanca como la nieve, que se levanta del suelo, al pasar la rueda delantera. El instante siguiente de éste fue el sentir como esa enorme mole impacta en mi pie y tibia derecha, a la altura de la espinilla. El dolor fue indescriptible, me recorrió fulminante toda la pierna transmitiéndose hacia la cadera, espalda y diría que hasta el cerebro. Acto seguido, me puse a gritar, sin bajarme de la bici que iba tomando de nuevo velocidad. Alguien me preguntaba que me ha pasado, pero era incapaz de hablar. Así transcurrió cerca de un km, en que el propio frío actuó esta vez como analgésico haciéndome más llevadero el dolor. Recuerdo que Rubén no podía más que reírse al escucharme gritar y maldecir en arameo como un loco, mientras bajábamos. Por fin, llegan las últimas pendientes y enseguida dejamos atrás la pista de tierra y piedra para tomar la asfaltada, que nos llevará, pasando por el aparcamiento de Canto cochino y tras franquear la barrera, hasta los coches de los compañeros. Habíamos completado la ruta principal, abandonando la Tierra Oscura de Mordor. Eso pensábamos los primeros en llegar: Ivan-Papi, Nacho, Serge y yo, mientras Rubén se arrodillaba junto a su coche abrazándolo y besándolo incrédulo de tenerlo enfrente y de que la aventura tocase a su fin. Pero, tras unos minutos de espera a los compañeros, la impaciencia comenzó a aparecer. Mientras, Serge y yo planificábamos la última parte de la ruta que, en principio nos tocaba acometer en solitario y a la que se nos unió Iván-Papi en último momento dada la hora, más de las 4 de la tarde. Al fin pudimos contactar con Vicen, que nos indicó que habían pinchado bajando por la carretera y que en breve estarían con nosotros. Y así fue, exhaustos llegaron al aparcamiento y enseguida nos despedimos de Nacho, Ivan, Lois, Rubén y Vicen, quien nos acompañó la distancia que nos separaba de su coche, y nos dio indicaciones de cómo regresar hasta Colmenar. Para evitar contratiempos, puse el navegador en el móvil, sin el track de la ruta pero con las indicaciones para volver por carretera.

Reanudar la marcha no fue fácil, llevábamos más de 70 kms y 2000 metros de desnivel acumulado en las piernas, más de 5 horas en movimiento. A esto tengo que añadir que, con el cambio inutilizado, tengo solo 3 velocidades para afrontar el camino de regreso hasta la estación. Bajo manualmente algún piñón más, para aprovechar el desarrollo en llano. Lo primeros kms marchamos a buen ritmo, aprox. 27 km/h por asfalto, dejando atrás Manzanares, continuamos por rectas interminables con algún paso elevado, donde tengo que cambiar al plato mediano ya que las fuerzas comienzan a flaquear. Alejados de Mordor, el ambiente se hace más agradable y los últimos rayos de sol ayudan a mantener una temperatura adecuada para el pedaleo, los kilómetros van pasando y nos encontramos con el inicio del carril bici. Nos quedan aproximadamente 12 kms en los que hay algunas cambios de rasante, al cruzar carreteras. En alguno de ellos tengo que tirar de platillo para poder subir sin morir en el intento. Aquí nos cruzamos con algunos ciclistas que han salido a aprovechar la tarde soleada, siguiendo el consejo de Vicen, seguimos el recorrido que él hizo de ida hacia la estación, que nos evitará dar un rodeo por el Centro, yendo más directo hacia la meta.

Así llegamos a Colmenar, entramos en sus calles y, por suerte, los 3 últimos kms que en la salida nos vinieron bien para calentar piernas ahora son de bajada y nos ayudan a aproximarnos relajadamente hasta nuestro destino.¡ Hemos llegado! Justo cuando los último rayos de sol desaparecen por el horizonte, los mismos que vimos asomar a primera hora y que nos han acompañado durante toda la jornada, salvo cuando Mordor nos enviaba sus tenebrosos nubarrones. Nos despedimos de Iván-Papi, que se muestra muy satisfecho por la jornada de puro mtb, como él dice, que hemos vivido.

Esta aventura ha terminado y hemos superado, tras 93 kms, el reto de la conquista de Mordor, pero otros muchos se vislumbran en el horizonte. Piernas y pedales no faltarán para afrontar lo que a este grupo de “novatos enfenmos” de la bici se le presente. Pero, de momento, disfrutemos de lo que hemos vivido y que la inconsciencia no nos haga arriesgar más que lo justo en estas aventuras domingueras. Echamos en falta a muchos, comenzando por la misma Jefa, y continuando por los que por una razón u otra hoy no nos han acompañado y que hubieran disfrutado con este desafío, como lo hicieron en otros. Pero, habrá tiempo para repetir y para superar lo que hasta este momento hemos hecho. Un placer compañer@s .
Avatar del cronista Crónica realizada por:
PabloDU

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